jueves, 20 de marzo de 2014

El pato y el samurai

Cuenta una vieja historia Zen que hace mucho tiempo, en un lago al norte de Japón vivía en paz una pareja de patos mandarines. Estos, junto con sus crías, tenían una existencia en calma, sin nadie que perturbase su bienestar.

Un verano un joven samurai se instaló a orillas del lago. Construyó su cabaña para que su mujer tuviera cobijo a la espera de dar a luz a su primer hijo. Era una pareja muy pobre. El samurai no esperaba otra cosa que la llamada de un noble señor que le propusiera servirle.

Una noche, la mujer le despertó y le dijo: "Ya sé que somos pobres, pero desde hace tiempo tengo la necesidad de comer carne, y si no lo hago quizás nuestro hijo sufra".

Al samurai, que no dijo nada, le vino a la mente la sensación de placer de tener un plato de carne delante, saborearlo. Así que cogió su arco, salió por la noche y vio como el pato mandarín se cruzaba mientras daba su paseo nocturno. El samurai, hábil con su arma, acertó en el blanco a la primera. Recogió la presa y la colgó de un árbol cercano. Pensando y anticipando el placer de la comida del día siguiente se fue a dormir.

Un extraño sonido los despertó durante la madrugada. Delante de la puerta de su cabaña se escuchaba un "tap, tap" constante, como un batir de alas. Cuando  salió, pensando que era su futura comida que no estaba muerta, vio a la hembra intentando alcanzar a su pareja. Le daba igual que estuviera muerta. Ni la amenaza del samurai con el cuchillo provocó que la hembra de pato mandarín se alejase de su pareja. Entonces, un sentimiento extraño se apoderó del samurai. Despertó a su mujer y le mostró aquel espectáculo de amor conyugal. Y su mujer lloró. Reconocieron el apego absurdo a comer carne y lo que había provocado.

Después de esto, el samurai se cortó el pelo de hombre de guerra y se hizo monje. Protegió a los animales y su nombre es venerado desde entonces.



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